Cementerio de Portmán

JUAN RAMÓN LUCAS

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Cementerio de Portmán
“La llamaban la santa, porque su cuerpo no se descompuso y su piel conservaba muchos años después de enterrada los rasgos de cuando vivía. Yo la ví, María, yo la ví pocos días después de que una riada desenterrara los muertos del cementerio y se llevara su ataúd. Se murió de puro vieja rodeada de gatos que avisaron de lo sucedido maullando sin cesar durante dos noches y un día hasta que los carabineros entraron en la casa y hallaron el cadáver de la bruja tumbado en su cama en posición de difunta con una cruz en el pecho. Olía a humedad y muerte, y a orín de gato y hierbas podridas. Una olla sobre las cenizas apagadas en la chimenea indicaba, según los guardias, que estaba cocinando mejunjes de bruja. Estuvieron a punto de lanzar su cadáver al mar, pero el cura de Portmán se apiadó de ella y le dio cristiana sepultura”

Año 1869

Fue la necesidad —y también el cariño hacia los suyos— lo que llevó a los vecinos de Portmán a exigir, en 1867, la construcción de su propio cementerio. Hasta entonces, las despedidas debían prolongarse en un doloroso viaje hasta El Garbanzal. Finalmente, en 1869, Portmán pudo contar con este espacio propio para honrar a sus muertos.

A lo largo de los años, el cementerio fue creciendo al ritmo de la población minera. En 1877 se añadieron una capilla y un osario, y en 1894 se habilitó un apartado para los enterramientos gratuitos, pensado para aquellos que no podían costear una sepultura digna. La expansión constante del camposanto habla, sin palabras, de los tiempos duros que vivió esta tierra.

Entre sus panteones destaca el de la familia de Miguel Zapata Sáez, el legendario “Tío Lobo”. Aquí descansan su esposa, Juana Hernández Aguirre, y varios de sus hijos: Joaquín, Visitación y Rita Zapata Hernández. También podemos encontrar el panteón de su sobrino, Antonio Zapata Martínez. Estas tumbas recuerdan que el esplendor y la tragedia, la riqueza y la pérdida, convivieron siempre en la historia de Portmán.

Hoy, entre cipreses y mármoles desgastados, el cementerio sigue custodiando las memorias de un pueblo que encontró en esta tierra su hogar… y su último reposo.

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